Por Carolina Gálvez
¿Quién no ha copiado alguna vez un verso, un fragmento literario o ha citado una frase o pensamiento para enviarlo a la persona amada, esa que nos aprieta el corazón, a quien queremos conquistar y llenarla de bellas palabras amorosas? Seguramente la mayoría ha escrito esas declaraciones haciéndolas pasar por propias, impresionando al ser amado con el ardid de una mentira leve que sólo ese amor puede justificar. Tú y yo, todos nosotros hacemos casi las mismas cosas cuando estamos enamorados, nos descubrimos profundamente iguales en nuestras ganas de ser correspondidos, de soñar, de desplegar todos nuestros talentos frente a ese otro que nos conmueve y nos fascina.
Aunque ahora casi no se escriben cartas porque nos comunicamos a través de las pantallas, las palabras de amor no se extinguen y a pesar que se ha perdido la emoción de abrir un sobre para encontrarnos con ese papel fragante a letras recién escritas, ni la tecnología, ni la vida moderna han podido terminar con ese romanticismo más antiguo: hablarnos de amor.
Cuando Pablo Neruda tenía recién 12 años era un niño tímido que vivía en el sur lluvioso de Chile, un pequeño llamado Neftalí que trataba inútilmente de llamar la atención de María Pacheco, una niñita de su edad que vivía en su barrio y que le gustaba mucho. Un día, castigado en el altillo de su casa por “portarse muy mal” encontró escondida una pequeña caja barnizada con un cierre dorado. La polvorienta caja estaba abierta y encontró en su interior paquetes de cartas y tarjetas postales antiguas escritas por un tal Enrique y dirigidas a una tal María. “Querida María… Adorada María…Inolvidable María…” Cartas de amor volcánico y apasionado que Neftalí devoró durante toda la tarde imaginando que él era el escritor enamorado y ella una actriz o bailarina de éxito en Europa. Fue, quizás la primera novela de amor que lo apasionó. Al pasar los días y comprobar que la niña de sus sueños, su María, seguía siendo indiferente con él y ni lo miraba, decidió escoger una de las cartas encontradas en el altillo y se la entregó en la calle para luego salir corriendo. Al día siguiente ella lo encaró preguntándole por qué le escribía cartas si además él no se llamaba Enrique. Él dijo que ese era su nombre artístico, María le reclamó que eran cartas muy atrevidas y a pesar de lo ruborizado que estaba, Neftalí contestó, como un experimentado galán, que así eran las cartas de amor.
El paquete de cartas se fue terminando y también su fascinación por María Pacheco. Ahora le gustaba mucho más una amiga de María, era más alta y bonita aunque también se llamaba María, la María Ortega, y a ella le entregó la última de las misivas. Entonces ocurrió lo previsible: las dos amigas se mostraron las cartas y quedó en evidencia el engaño. Lo encararon y le enrostraron su mentira: no era él quien las escribía porque en ellas se hablaba de Paris y él nunca había estado allí. Las niñas lo dejaron diciéndole entre risas que cuando estuviera en Paris les escribiera desde allá.
Y así, por falta de palabras propias, Neftalí se quedó sin las tres Marías: la original, la Pacheco y la Ortega. Sin embargo, nunca imaginó que años más tarde muchos, en todo el mundo, tomarían “prestadas” sus palabras para enamorar a sus respectivas Marías.
Las cartas de amor pueden partir como un juego, transformarse en una pasión y finalmente quedar guardadas en un rincón escondido del altillo para revivir más tarde en otros romances y otras historias. No importará si son copiadas, tomadas de un libro o incluso robadas de un poema. Las cartas de amor seguirán siendo esa emoción que hace saltar el corazón por la boca cuando las escribimos y mucho más cuando recibimos una de vuelta. ¡Qué vivan las cartas de amor!
Puerto Nerudiano de Valparaíso, Chile, Septiembre de 2013
Carolina Gálvez es artista del vitral desde hace 15 años en Valparaíso, Chile, ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. Tiene su Taller de Vitrales y Galería en la Fundación Valparaíso en el Cerro Bellavista del puerto. Sus vitrales y diseños en vidrio están en las tiendas de las Casas Museo de Pablo Neruda: La Chascona de Santiago, La de Isla Negra y La Sebastiana de Valparaíso. Escribe columnas de opinión para diarios digitales y es una de las fundadoras de la agrupación ciudadana Salvemos Valparaíso.
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